Ser sin forma, como el agua. PASE. Un recorrido coreográfico acuático.

3 de julio de 2020
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Por  Esther Rodríguez-Barbero.

PASE nace como invitación desde el Laboratorio de Danza y Nuevos Medios para hacer un recorrido coreográfico que uniera La Aljafería con Etopia atravesando el solar vacío, el descampado que los separa. Un recorrido coreográfico es una propuesta que incide sobre las trayectorias y los flujos de los cuerpos al trasladarse de un lugar a otro. Que observa los ‘caminos del deseo’ o caminos de necesidad, que son esos caminos que se hacen con las pisadas de los cuerpos y que propone ciertas miradas para redescubrir huecos e historias inconexas, perdidas u olvidadas.

Antes de saber nada del lugar me preguntaba qué hacía ese edificio ahí, al otro lado de la frontera, que además se llamaba así, Etopia. De repente, un lugar en que aparentemente no hay nada comenzó a llenarse de relatos, de fragmentos de historias que en ocasiones se contradecían. En cada paseo y en cada entrevista aparecía una nueva capa. De entrevista en entrevista fuimos realizando un trabajo de historiografía reciente, un trabajo detectivesco de un lugar aparentemente sin interés.

Es en función de los cuerpos, de su movimiento, de su transitar que se construye o se propone después una narrativa. Estos recorridos parten de un trabajo de documentación del lugar a la par que una vivencia y observación. Partiendo de la base del desconocimiento del mismo buscan puntos de fractura desde donde activar los espacios. En este caso la invitación era hacer un recorrido sonoro.

Para trabajar el sonido y acompañar el proceso invitaron a María del Castillo y en una suerte de cita a ciegas nos juntamos a trabajar. Durante los días de la residencia hasta el inicio del estado de alarma estuvimos realizando entrevistas y grabaciones sonoras tratando de desvelar los múltiples relatos de un lugar aparentemente olvidado y recorriendo el descampado, el Paseo del Agua, sin agua. En ese tiempo conversamos con diversas personas que nos fueron relatando cómo se veía el futuro entonces, ese futuro que era hoy, los aciertos, los fracasos y lo inesperado, lo que vino que no pudieron prever. Les preguntamos cómo sería hoy ese paseo. Nos reinventamos el paseo. Nos reinventamos un presente distópico. Un paseo acuático por los caminos del deseo que trazan los cuerpos que se mueven.

En las entrevistas, el agua se hacía presente constantemente y entonces decidimos que el agua sería el elemento sonoro conductor de toda la experiencia. Una contradicción en sí misma en un descampado agreste. “El viento también ha sido protagonista del relato”, dice María. Agua y viento. Atraviesan el descampado. En el descampado hay vida. Eso es seguro. Parece que no pasa nada y siempre hay algo aconteciendo. Si lo miras bien.

El solar vacío es uno de esos puntos de fractura, una grieta que marca y delimita una frontera en la ciudad. Es una característica de los descampados, pertenecen a la periferia. Esta fractura genera una delimitación también en la percepción espacial, lo que está más allá de ella se concibe como lejano y para el cuerpo que camina supone de alguna manera un esfuerzo mental. Al otro lado de esa frontera o fractura está Etopia. A Etopia no vas si no hay algo concreto a hacer allí. Los atraemos con bestsellers, diría Juan después. Antes de saber nada del lugar me preguntaba qué hacía ese edificio ahí, al otro lado de la frontera, que además se llamaba así, Etopia. De repente, un lugar en que aparentemente no hay nada comenzó a llenarse de relatos, de fragmentos de historias que en ocasiones se contradecían. En cada paseo y en cada entrevista aparecía una nueva capa. De entrevista en entrevista fuimos realizando un trabajo de historiografía reciente, un trabajo detectivesco de un lugar aparentemente sin interés.

El edificio y el solar vacío pertenecen a un plan que no se terminó de llevar a cabo, la Milla Digital. En el momento en que oí ese nombre me acordé de haber estudiado ese proyecto como un ejemplo de I+D+I en mis años de arquitectura en la asignatura de Urbanismo. Desde ahí, desde lo que iba a ser ese proyecto que quedó truncado, comenzamos a indagar. El proyecto de la Milla Digital fue un proyecto ambicioso, adelantado a su tiempo que recogía, en el año 2002, visiones de un futuro tecnológico. El nombre de la Milla nace de que la distancia entre la antigua estación y la nueva es una milla (1600 m) Una milla de oro, una milla digital. Los años 2000 fue la década de los grandes proyectos urbanísticos, proyectos que trataban de situar sus ciudades en la vanguardia en una época de crecimiento exponencial consecuencia del optimismo de los 90. La llegada del AVE y la Expo situarían a la ciudad dentro de esa vanguardia.

Milla Digital surge como proyecto urbanístico asociado a la llegada del AVE concibiéndose como el proyecto que diese continuidad a la Expo haciendo un vivero de empresas, innovación tecnológica y startups. Un campus tecnológico. Los encargados del diseño del proyecto fueron un comité internacional de expertos reunido por Manuel Castells y liderado por William J. Mitchel del MIT. En aquellos momentos dirigía el proyecto Smart Cities dentro del laboratorio, donde se investigaba la interacción entre arquitectura y nuevas tecnologías y cómo estas incidirían en la manera de diseñar y habitar. El proyecto tomaba como referencia algunas de las innovaciones del campus del MIT. Por aquellos entonces Mitchel ya había publicado el libro ‘E-topía’ (1999). El edificio toma el nombre de ese libro, que ya hablaba de un mundo interconectado que redefiniría las relaciones urbanas de las ciudades del futuro. De cómo todas las infraestructuras se verían afectadas por estas innovaciones tecnológicas modificando la manera de trasladarnos y de interactuar con nuestro entorno. Muchas de las ideas que estaban en Milla Digital, un mobiliario público responsivo como paneles que proyectaban sombra y respondían al punto de incidencia del sol, la creación de microclimas, el código abierto… son ideas que se están haciendo actualmente en otros lugares como el Toronto Water Front. El actual descampado se proyectaba como un lugar de trabajo y lúdico, con puntos WIFI en una época en la que aún muchas casas no tenían internet y no existían los smartphones. El elemento conductor que dotaba de identidad el proyecto era el agua, a través de una cascada que respondía al movimiento de las personas.

Lo que no se esperaban entonces y no podían prever era el desarrollo del mundo digital tal y como vendría. Es decir, que ese desarrollo fuese móvil, y no estático como estaba planteado. Que el acceso a la red y el estar conectado podrían darse en cualquier lugar independientemente de la localización.

En las entrevistas, el agua se hacía presente constantemente y entonces decidimos que el agua sería el elemento sonoro conductor de toda la experiencia. Una contradicción en sí misma en un descampado agreste. “El viento también ha sido protagonista del relato”, dice María. Agua y viento. Atraviesan el descampado. En el descampado hay vida. Eso es seguro. Parece que no pasa nada y siempre hay algo aconteciendo. Si lo miras bien.

El mismo día que cerró la Expo del agua quebró Lehman Brothers. En ese momento comenzaría ese período que quedó poblado de proyectos fantasma que se quedaron en el tintero, que no se pudieron mantener o que no se pudieron siquiera acabar. La Expo aún hoy es una herida abierta porque es de alguna manera tabú. Y es que con la crisis del 2008 hay todavía un sentimiento de vergüenza colectiva, como diría María, quizás por habernos creído el cuento de los reyes magos de que todo el mundo se volvería rico con los pelotazos urbanísticos. Lo más reseñable sería poder admitir los errores de esa época, como decía José Carlos del propio proyecto, admitir el fracaso y aprender de ello. Cuando los señores de Boston llegaron a Zaragoza y vieron que se había construido el Pabellón del Agua, se quedaron atónitos y dijeron “pero esto era sólo una idea, un prototipo, no pensábamos que lo ibais a construir”. Así eran esos tiempos.

Algo común a los proyectos de la década de los 2000 era la macroescala. Probablemente el descampado, como superficie vacía a ser rellenada, sea un símbolo de esa década. Y en esa macroescala “se nos olvidaron las personas”. La Milla Digital llegó a oídos de los vecinos como una leyenda con rascacielos tecnológicos donde habría WIFI para todos. Uno de esos aprendizajes fue que el proyecto no contaba con una base social que respondiera a las necesidades reales. Al final, traer modelos urbanísticos de fuera, que han funcionado en contextos con parámetros diferentes, requiere un período de adaptación, de fases donde testar cómo responde ese otro contexto, como las plantas. Uno de los aciertos fue apostar por el talento local, es decir, generar un espacio para el aprendizaje de lo tecnológico desde la ciudadanía en Etopia. Ahora lo haríamos al revés, dice Daniel, esperaríamos unos años después de que la gente venga a vivir para la demanda de mejoras en el espacio público.

Lo que no se esperaban entonces y no podían prever era el desarrollo del mundo digital tal y como vendría. Es decir, que ese desarrollo fuese móvil, y no estático como estaba planteado. Que el acceso a la red y el estar conectado podrían darse en cualquier lugar independientemente de la localización. Por aquellos años todavía no existía Google Maps, que es una de las herramientas que más ha cambiado nuestra relación del cuerpo con el territorio, nuestra manera de referenciar el espacio y de transitar por él. En estos días en que se ha hecho visible o ha pasado a un primer plano esa dependencia del mundo digital y donde las personas han dejado de transitar, la pregunta para muchos ha sido: ¿qué ha sido de los cuerpos?

Mientras hacíamos esta labor de recopilar, tejer y unir fragmentos de información y relatos superpuestos intentábamos darle la vuelta al relato. Para nuestro recorrido sonoro planteábamos una ficción distópica en donde el proyecto si se llegó a construir y lo que queda ahora son los restos de después, después de que algo sucedió. Una experiencia sensorial donde poder hacer ese paseo del agua con agua, con su cascada, con su foso lleno de agua, con esa hondonada donde José Antonio se imaginaba un lago con patos. Un cuerpo acuático en una superficie agreste. Bucear, nadar y navegar por el descampado que lleva a Etopia. Y después hacer de arqueólogas del futuro imaginando otras vidas posibles, otros futuros posibles del lugar partiendo de la idea de que todos los futuros que se proponen son en verdad lecturas del presente. Especulando sobre lo que pudo haber pasado, sobre lo que fue o pudo haber sido. Un paisaje sonoro con inmersiones acuáticas en fosos, historias tecnológicas, raves en el descampao al atardecer, una banda sonora orquestada por Bruce Lee, agua, mucha agua y monos fosforescentes de alta visibilidad. En medio de todo esto la distopía nos mandó a casa y ahora ya sabemos por qué el descampado se quedó un día vacío.

“Le he cogido cariño al lugar, un poco como esa relación que se tiene con el parque de cuando eres pequeña, una relación afectiva con el descampado” dice María. Me pregunto cómo estará ahora. La memoria es frágil, dice Daniel, si hubiéramos cambiado, los efectos de la crisis habrían sido menores pero eso hay que hacerlo antes de que se pasen los efectos. Quizás ese es el principal propósito de estos recorridos coreográficos, crear un lugar en la memoria para los espacios aparentemente olvidados y desde ahí construir historias con los restos que trazan un vínculo afectivo con y desde el cuerpo.

En un futuro cercano, que se concretará en estos meses venideros, volveremos al descampado a terminar este recorrido sonoro que se quedó a medias, como tantos otros proyectos antes. Qué tendrá el descampado que se resiste a ser llenado. Que permanece. Volveremos a transitar por él y un día, a la hora del atardecer, os invitaremos a hacer este recorrido juntas. Una premiere acuática por el descampado. Y después ese recorrido sonoro quedará aquí para poder ser escuchado / recorrido / activado en cualquier momento. Mientras tanto seguimos aquí, siendo sin forma, como el agua, que diría nuestro amigo Bruce Lee.

Sobre la autora: Esther Rodríguez-Barbero  es performer, coreógrafa y arquitecta. Su trabajo se mueve entre la coreografía, la práctica escénica, el relato, lo performativo y arquitectónico, empleando principios asociados a dichas disciplinas para diseñar prácticas espaciales y sociales. Investiga el baile como lugar de emancipación. Residente del Laboratorio de Danza y Nuevos Medios 2020.

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