Laureano Debat.
Un reloj enorme, su esfera negra, el fondo celeste. Y un segundero de color rosa que acaba en un signo de interrogación y que marca el avance ininterrumpido del tiempo. Un reloj digital que nos dice que el tiempo transcurre en una incertidumbre con la que tenemos que amigarnos de manera definitiva. Un reloj proyectado en la pantalla de un auditorio frente a un montón de butacas ocupadas. Un reloj programado de tiempo humano al que no podemos evitar ver ni acompañar su avance, ni evitar empezar a hacernos unas primeras preguntas. Un reloj ahora, porque es ahora cuando nos corresponde tomar las decisiones correspondientes de cualquier futuro proyectado, incierto, complejo.
Un reloj que se repite estampado en las portadas de los libros que apoyamos en nuestras piernas todas las personas sentadas en las butacas, mientras observamos el gran reloj avanzando en el escenario. En la tapa dura, el segundero ya no se mueve. La imagen fija invita a que el avance del tiempo corra por nuestra cuenta, que cada lectora y cada lector conjugue a su manera el nuevo tiempo verbal del futuro incierto: empezar por mover las páginas en el mismo sentido que las agujas del reloj pero con la ventaja de volver atrás, cada vez que lo necesitemos. Siempre que sea necesario volver a pensar y reformular tantas preguntas.
Etopia cumple 10 años bajo un nuevo concepto que en realidad no es tan nuevo, sino el corolario de algo que siempre procuró construir desde su fundación: el espacio de la curiosidad. Y con la publicación de El laboratorio de las preguntas futuras, con un concepto que evoca a la cápsula del tiempo y la coordinación editorial de Isabel Cebrián, quien en el prólogo apunta que «un libro hecho de preguntas bien puede empezar con otra pregunta» que, quienes se enfrenten a la lectura, podrán tomarse el espacio y el tiempo en «tratar de responderla empezando por el pasado».
Delante del reloj azul y negro, su segundero siempre rosa, siempre incierto, Daniel Sarasa, Director de la Fundación Zaragoza Ciudad del Conocimiento, comentó que el nombre de Etopia proviene del libro homónimo de William Mitchell, el padre del concepto de smart city y parte del comité fundador de este centro de arte y tecnología, que abrió sus puertas hace 10 años «con la idea de que la ciudad se dotara de una Bauhaus digital». Marina Abadía, jefa de servicio de Ciudad Inteligente del Ayuntamiento de Zaragoza, acabó su discurso definiendo muy bien la atmósfera del lugar: «Lo que no he visto en Etopia desde que he llegado son dos días iguales».
Una fiesta entre amigas y amigos, mucha gente que ha pasado y que sigue pasando por estas salas y pasillos para concretar tantos proyectos. Un festejo que buscó reflejar la importancia del trabajo colaborativo con reencuentros y un libro por el que desfilan un gran número de científicos, artistas, educadores, pensadores, expertas y expertos en diferentes áreas del conocimiento en un conglomerado de ensayos y entrevistas, donde la gran pregunta es cómo nos enfrentaremos a las nuevas tecnologías en todas las áreas de la vida humana: educación, arte, política, trabajo, medio ambiente. Y con preguntas que llevan a otras preguntas: ¿qué crees que tendríamos que inventar, que aún no existe?, cuando eras pequeña ¿cómo te imaginabas el futuro?
«El futuro puede ser fuente de preocupación, espejo negro. Pero quienes han formado parte de este “laboratorio de las preguntas futuras” lo han hecho desde una mirada multidisciplinar y empapada de entusiasmo. Emocionante, imprevisible, ilusionante, múltiple, diverso, colectivo, profundo e imaginativo, son algunos de los adjetivos que le ponen al futuro quienes han aceptado la invitación a participar de la elaboración de esta cápsula del tiempo inversa», escribe Cebrián en el prólogo del libro. La periodista y creativa acompañó en el panel de presentación a Manuel Bedia, Director General de la Oficina del Comisionado para la Nueva Economía de la Lengua, y a Julia Puyo, artista visual y multimedia, directora creativa y gestora de proyectos, quien en el libro responde lo siguiente ante la pregunta de «¿Qué es lo que más te ilusiona de lo que está por venir?: Que no soy capaz de imaginarlo, y que para mí va a ser sorprendente». La moderadora del acto, periodista y escritora Marta Fernández destacó este fragmento y Puyo continuó en esa línea: «Me gusta esa sensación que a veces no es fácil de encajar porque manejar la incertidumbre requiere de mucha energía, pero me gusta esa sensación de maravillarme por lo que pasará y que no sé qué será pero que seguro me va a sorprender».
Manuel Bedia es autor de un texto del libro que se titula “Inventaré futuros para ti” donde aparece esta cita del físico Dennis Gabor, Premio Nobel de Física en 1971: «El futuro no puede predecirse pero puede inventarse». Un ensayo que propone renunciar a la predicción y aceptar la incertidumbre. Bedia comentó que en febrero de este año la Agencia Estatal de Investigación del Reino Unido convocó a escritores de ciencia ficción para que diesen ideas a los científicos sobre qué temas trabajar, un ejemplo de lo cercana que está la literatura a la ciencia: «Los científicos son mucho más fabuladores y narradores de lo que uno cree. En los momentos de génesis de las teorías científicas hay mucha intuición, la forma en la que nos llega la ciencia es demasiado dogmática para lo que es el germen. Los científicos dejan un poco que la intuición fluya como pueden hacer los poetas».
Hay varios remedios para calmar la ansiedad que puede provocar tantas preguntas sobre el futuro que domina el ruido cotidiano, en la calle, en los bares, en las universidades o en las cenas familiares. El más efectivo es aceptar la incertidumbre como algo indivisible de la condición humana. Y como un terreno de posibilidades, tal como Antonio Gramsci concibió el concepto de crisis. «La incertidumbre es algo constitutivo de la realidad, no es algo que haya que sacrificar, diseccionar y eliminar. El avance del conocimiento ha sido mover la frontera frente a lo desconocido. Sobre lo que no tenemos certezas, podemos decir cosas. La estadística o la teoría de la probabilidad son formas de decir cosas sobre lo que no conocemos», dijo Bedia, que conoció en persona a Julia Puyo antes de empezar el acto. Lo primero que ella le dijo, después de saludarlo, fue: «He leído tu artículo y me ha llevado a sitios y a enfoques a los que yo sola no podría haber llegado, me aporta mucho que alguien sea capaz de acompañarme a otros lugares». Una pequeña anécdota que marca la identidad de Etopia, su insistencia por la inclusión de disciplinas diversas, complementarias, que pueden chocar pero nunca para anularse sino para generar la síntesis de ideas nuevas. Esa hibridación entre ciencia y creatividad que ha llevado a este centro de arte y tecnología a estar conectado con hubs de innovación de 13 países europeos y con los espacios culturales más importantes de España. Y a contar con 12.000 personas y 7.500 niños que se acercan cada año al centro y con 90.000 visitas únicas en su página web.
En El mundo entonces, Martín Caparrós crea una narradora que pertenece al siglo XXII, una historiadora que decide investigar como vivíamos los humanos del siglo XXI y 100 años después narra nuestro presente desde una mirada extrañada, desnaturalizando lo cotidiano, dándonos una mirada nueva para volver a leernos. La primera pregunta de las entrevistas de El laboratorio de las preguntas futuras va hacia atrás: «¿Cómo le explicarías a alguien que vivió hace 100 años a qué te dedicas?». Y, enseguida, entra en simbiosis con la gran pregunta del final: «¿Qué pregunta le haríamos al futuro?». Una pregunta que, por supuesto, admite otra pregunta como hipotética respuesta, siempre incierta, nunca tajante, eterna duda: ¿le estaremos haciendo al pasado las preguntas adecuadas?